
Editorial, Pagina Siete:
Reconciliación y justicia, fórmula de consenso
Pese a que existen urgentes problemáticas por resolver, el país está embarcado en una lógica confrontacional que pone, en el centro del debate, no la salud ni la economía de los bolivianos, sino el supuesto golpe de Estado de 2019, una agenda promovida por el MAS, que busca ajustar cuentas y aplastar a quienes considera sus enemigos.
Frente a este aparente callejón sin salida, durante la última semana se han escuchado voces concertadoras, que piden encaminar un proceso de reconciliación en el país. La Iglesia Católica hizo un llamado en ese sentido y lo sorprendente es que algunos cuadros del MAS se han sumado a esta iniciativa, lo que quiere decir que no todos están de acuerdo con la línea dura de ese partido, encarnada en el expresidente Evo Morales.
Quienes promueven la verdadera reconciliación no están hablando de hacer un borrón y cuenta nueva sobre los sucesos de 2019, sino de separar la justicia de la persecución. A estas alturas, la gran mayoría de los actores políticos y sociales coinciden en que es necesario esclarecer los hechos de Sacaba, Senkata, Huayculi, Montero, Vila Vila, Pedregal, La Paz, entre otros sitios donde se produjeron violaciones a los derechos humanos.
Pero, eso no tiene nada que ver con la retórica del supuesto golpe de Estado inventada por el gobierno de Luis Arce y convertida en caso judicial para mantener en la cárcel a la expresidenta Jeanine Añez, a dos de sus exministros y ex altos jefes militares de la época.
El primer y más importante requisito para hacer justicia es lograr la independencia del Órgano Judicial, que por ahora es sólo una instancia al servicio del partido de Gobierno.
El presidente de la Conferencia Episcopal de Bolivia, monseñor Ricardo Centellas, en una entrevista que este domingo publica Página Siete, habla de curar las heridas “haciendo la investigación imparcial, haciendo que el sistema judicial no responda a intereses políticos, haciendo que el sistema judicial sea realmente un órgano independiente”.
Lamentablemente, la línea dura del MAS apuesta por el aplastamiento de los enemigos con amenazas de procesar también a líderes políticos y sociales que participaron en las protestas en 2019; a los facilitadores de la pacificación, entre ellos la Iglesia Católica y a los embajadores de la Unión Europea y de Brasil; a los gobiernos de Mauricio Macri y Lenín Moreno por el supuesto envío de municiones y armas para “reprimir al pueblo” e incluso a los medios de comunicación. Todo eso, bajo el paraguas de un caso sobre un supuesto golpe de Estado.
El más duro entre los duros es el jefe del MAS, Evo Morales, quien rechazó la reconciliación con estas palabras: “No comparto cuando algunos dicen que haya reconciliación. No va a haber reconciliación con fascistas, racistas, salvo que entendieran que nuestra ideología y nuestro programa está bien para Bolivia”.
Contrariamente a lo que piensa Morales, la concertación debería partir del respeto a la diferencia, al pluralismo y a la libertad de expresión; en ningún caso de obligar a los demás a pensar como el expresidente, porque entonces estaríamos en terreno totalitario.
Y tampoco, el punto de partida debería ser la presunción de que están contrapuestos la República liberal y el Estado plurinacional, tal como escribió esta semana el vocero presidencial, Jorge Richter, porque, si bien existen reducidos grupos conservadores que no reconocen los avances dados por el país los últimos 15 años, no son la mayoría.
Basado en esa falacia, Richter asegura que el país se encuentra en “un momento de bifurcación resolutivo” que, según una entrevista concedida a Radio Deseo, implica que “el país está buscando resolver de otras formas el tema de noviembre de 2019 (porque entiende que no se ha resuelto en las elecciones de 2020), y puede hacerlo por la vía de la pacificación en lógicas plurinacionales o por la vía de la confrontación, desde la plurinacionalidad también”.
Confrontación sólo puede existir en la mente de los estrategas de un gobierno que, pese a haber ganado las elecciones con claridad y de gozar de alta legitimidad, prefiere inventar un conflicto irresuelto, para nutrirse del enfrentamiento en vez de promover la reconciliación.
Reconciliation and justice, formula for consensus
Despite the fact that there are urgent problems to be solved, the country is embarked on a confrontational logic that puts, at the center of the debate, not the health or the economy of Bolivians, but the supposed coup of 2019, an agenda promoted by the MAS, which seeks to settle scores and crush those it considers its enemies.
Faced with this apparent impasse, during the last week concerting voices have been heard, asking to direct a reconciliation process in the country. The Catholic Church made a call in this regard and what is surprising is that some MAS cadres have joined this initiative, which means that not everyone agrees with the hard line of that party, embodied in former President Evo Morales.
Those who promote true reconciliation are not talking about making a clean slate of the events of 2019, but about separating justice from persecution. At this point, the vast majority of political and social actors agree that it is necessary to clarify the events of Sacaba, Senkata, Huayculi, Montero, Vila Vila, Pedregal, La Paz, among other places where human rights violations occurred.
But, that has nothing to do with the rhetoric of the alleged coup, invented by the government of Luis Arce and turned into a court case to keep former president Jeanine Añez, two of her former ministers and former senior military chiefs in jail.
The first and most important requirement to do justice is to achieve the independence of the Judicial Branch, which for now is only an instance at the service of the ruling party.
The president of the Bolivian Episcopal Conference, Monsignor Ricardo Centellas, in an interview published this Sunday by Página Siete, speaks of healing the wounds “by conducting an impartial investigation, making the judicial system not respond to political interests, making the judicial system be really an independent body.”
Unfortunately, the hard line of the MAS is betting on the crushing of the enemies with threats to also prosecute political and social leaders who participated in the protests in 2019; the facilitators of peacemaking, including the Catholic Church and the ambassadors of the European Union and Brazil; to the governments of Mauricio Macri and Lenín Moreno for the alleged shipment of ammunition and weapons to “repress the people” and even the media. All this, under the umbrella of a case about an alleged coup.
The toughest among the tough is the head of the MAS, Evo Morales, who rejected reconciliation with these words: “I do not share when some say that there is reconciliation. There will be no reconciliation with fascists, racists, unless they understand that our ideology and our program is good for Bolivia.”
Contrary to what Morales thinks, agreement should start from respect for difference, pluralism and freedom of expression; in no case of forcing others to think like the former president, because then we would be on totalitarian ground.
And neither should the starting point be the presumption that the liberal Republic and the plurinational State are opposed, as the presidential spokesman, Jorge Richter, wrote this week, because, although there are small conservative groups that do not recognize the advances made by the country the last 15 years, they are not the majority.
Based on this fallacy, Richter assures that the country is in “a moment of decisive bifurcation” which, according to an interview with Deseo Radio, implies that “the country is seeking to resolve the issue of November 2019 in other ways (because understands it has not been resolved in the 2020 elections,) and can do so by way of pacification in plurinational logic or by way of confrontation, from plurinationality as well.”
Confrontation can only exist in the minds of the strategists of a government that, despite having clearly won the elections and enjoying high legitimacy, prefers to invent an unresolved conflict, to feed on confrontation rather than promote reconciliation.