Potosí: “La Montaña que devora hombres.” | ‘The Mountain that Eats Men.’

Por Alex Rodway, CNN; Weny:

“La Montaña que devora hombres.” Esta ciudad boliviana es el único lugar del mundo donde puedes comprar dinamita legalmente

Giles Clarke/Getty Images via CNN Newsource

Giles Clarke/Getty Images vía CNN Newsource

(CNN) — Seis turistas con cascos y overoles pesados están encorvados en un estrecho túnel de mina, con apenas espacio suficiente para arrodillarse. El guía local saca un encendedor desechable, prende una mecha verde brillante y les indica con calma que retrocedan. “En cualquier momento”, dice.

Un instante después, una potente onda expansiva sacude el túnel, seguida por una nube de polvo.

Acaba de detonar un cartucho de dinamita comprado esa misma mañana en el mercado local por uno de los turistas. Costó 13 bolivianos (menos de 2 dólares). La ciudad minera de Potosí es el único lugar del mundo donde cualquier persona puede comprar dinamita legalmente.

“Para los mineros, lo más esencial es la dinamita”, dice Jhonny Condori, guía turístico de minas en Potosí. “Si no sabes manejarla, es peligrosa”.

Pero para los mineros experimentados, acelera enormemente el proceso de extracción de minerales.

Con siglos de antigüedad, la red de minas de Potosí es extensa. Los mineros corren por pasajes largos y estrechos, empujando carritos llenos de roca fragmentada sobre rieles desgastados, en una escena que recuerda a “Indiana Jones y el templo de la perdición” o a la Mina de Oro de Wario en Mario Kart.

Potosí está a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, lo que la convierte en una de las ciudades más altas del mundo. Sus calles angostas, los tejados de tejas rojas y las paredes de estuco de sus edificios evocan su pasado colonial español.

Gran parte de la minería ocurre en el adyacente Cerro Rico, una montaña de color rojo bautizada así por la vasta riqueza que una vez aportó a la ciudad. Hoy, “Potosí es considerada una de las regiones más pobres de toda Bolivia”, dice Julio Vera Ayarachi, otro guía turístico local.

La veta de plata del Cerro Rico

Cuenta la leyenda que los ricos yacimientos de plata del Cerro Rico fueron descubiertos por Diego Gualpa, un buscador indígena andino, en 1545. “El secreto se filtró. No puedes esconder una noticia así”, dice Kris Lane, profesor de artes liberales en la Universidad de Tulane en Nueva Orleans y autor de “Potosí: La ciudad de plata que cambió el mundo”.

No pasó mucho tiempo antes de que los colonizadores españoles, que habían llegado a la región pocos años antes, se enteraran del hallazgo y comenzaran a explotar la abundante plata de la montaña.

“Se convirtió rápidamente en un lugar casi de pesadilla”, dice Lane. “Era un sitio sin ley, de trabajo forzado”.

Los indígenas fueron obligados a trabajar y a entregar tributos materiales al rey de España bajo un sistema “muy cercano a la esclavitud”, añade.

Un aluvión de mercaderes adinerados llegó de todo el mundo para construir infraestructura y lucrar con las minas. A medida que mejoraban las técnicas, las condiciones laborales empeoraban. Se introdujo el mercurio tóxico en el proceso de refinación, por ejemplo, lo que contaminó el entorno y causó la muerte de muchos. El Cerro Rico se ganó el apodo de “La montaña que devora hombres”, un nombre que aún persiste entre los mineros.

Potosí se convirtió en la cuarta ciudad más grande del mundo cristiano, con una población de más de 200.000 habitantes a finales del siglo XVI. Se estima que en ese entonces suministraba el 60% de la plata mundial, financiando el imperio español y otras dinastías globales.

“La plata cruzaba fronteras de una manera que una moneda de bronce o cobre no podía”, dice Lane. Su relativa escasez le confería un valor intrínseco y “la gente llegó a considerar que la plata de Potosí era confiable”, explica.

Sin embargo, con el tiempo, las reservas de plata, aparentemente inagotables, comenzaron a agotarse. Para cuando Bolivia declaró su independencia en 1825, casi toda la plata ya había sido extraída, y Potosí quedó como una sombra de su antiguo esplendor.

Aunque la minería aún continúa, en su mayoría se extraen minerales más baratos como el estaño y el zinc. Los cientos de kilómetros de túneles han hecho que la montaña sea inestable. Como resultado, esta es “la época más peligrosa que han presenciado las minas”, dice Lane.

Adoración al diablo

Aun así, “en términos de minería, bueno, no ha cambiado mucho”, dice Oscar Torrez Villapuma, otro guía turístico local. Los mineros de Potosí siguen rezando a los mismos dioses, siguen los mismos rituales y mueren de las mismas enfermedades respiratorias que sus antepasados, siglos atrás.

Cada entrada a un socavón en Potosí está marcada por una efigie con cuernos de apariencia demoníaca, conocida localmente como “El Tío”. El Tío suele ser rojo, adornado con cintas de colores alrededor del cuello y, con frecuencia, representado con un gran pene erecto: un símbolo de fertilidad.

“Somos muy politeístas, creemos en varios dioses”, dice Condori. Si bien muchos indígenas andinos veneran al Dios cristiano introducido por los colonizadores españoles, la mayoría también rinde culto a la Pachamama, o Madre Tierra, una divinidad femenina incaica.

Naturalmente, “debe haber alguna figura masculina del inframundo que proteja a la Pachamama de la sobreexplotación”, dice Lane, ofreciendo una posible explicación del origen de El Tío. Villapuma sugiere, en cambio, que la figura fue introducida por los capataces coloniales para intimidar a la fuerza laboral indígena, “pero hoy en día, es él quien nos da fortuna”, dice.

De cualquier manera, las estatuas de El Tío están cubiertas de hojas de coca, colillas de cigarro, latas de cerveza vacías y botellas de licor: ofrendas de mineros y turistas para que les conceda un paso seguro por la mina y les recompense con minerales abundantes. También se sacrifican llamas y se unta su sangre en las entradas de las minas con la esperanza de saciar la sed de sangre de El Tío.

La vida cotidiana

Se estima que la esperanza de vida de los mineros bolivianos es de apenas 40 años.

Las muertes prematuras son frecuentes debido a los constantes accidentes en las minas y a la silicosis, una enfermedad pulmonar crónica causada por la inhalación de sílice. “Esencialmente, equivale a respirar vidrio molido”, dice Lane.

“Era una muestra de dureza no usar mascarilla”, explica, lo que agrava aún más el problema. “Y los trabajadores mineros en Bolivia son vistos como los más duros de todos”.

La edad mínima legal para trabajar en Bolivia es de 14 años, pero existen vacíos legales que permiten que los niños empiecen mucho antes. Algunos informes sugieren que niños de tan solo seis años siguen trabajando en las minas bolivianas.

“En este espacio de aparente horror, encuentras compañerismo, creatividad… la música surge de este lugar, hay poesía interesante, mucha efervescencia cultural”, dice Lane.

Cada año, entre febrero y marzo, Potosí celebra un vibrante “carnaval minero” que atrae a gran cantidad de viajeros. La tradición dicta que los mineros desfilen por el pueblo con su ropa de trabajo, bebiendo cerveza y cargando títeres de El Tío. Las mujeres locales, conocidas como Cholitas, visten elaborados trajes y realizan coreografías al ritmo de bandas de música.

Tras las festividades, muchos turistas regresan a La Paz en el mismo autobús nocturno con el que llegaron a Potosí. Los mineros y sus familias, sin embargo, se quedan, volviendo a sus brutales y repetitivas rutinas diarias por otro año más.

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