By Francesco Zaratti:
It is said that a Spanish farmer visited a convent and was amazed by the row of half-busts that adorned the cloister. While a friar explained that one was St. Peter, another St. Paul, and yet another St. Francis, the farmer couldn’t help but comment, “From the waist up, I too am a saint.”
That anecdote perfectly applies to Public Enterprises (EP) in Bolivia. “From the waist up,” or ideally, they enjoy sainthood, but “from the waist down,” in reality, they show three basic flaws: they are chronically indebted, they are deficit-ridden, and, above all, they are poorly managed. In fact, EPs represent one of the most dreadful legacies of nearly 20 years of populist governments.
Despite this, a recent survey showed that a large majority of Bolivians support the creation of more EPs, due to nationalist mythology that prevents an objective view of reality.
Let’s examine these flaws. The fact that a company is in debt shouldn’t per se be alarming. Many private companies operate based on bank loans that are renewed and increased as they grow and pay interest. The problem with EPs is that their debts to the State are unpayable because they operate in a constant state of deficit.
Being in deficit should not be demonized either: some EPs are inherently deficit-driven due to their community service role, funded by tax redistribution. For example, a company like Mi Teleférico fulfills a social function that is more important than maintaining a balanced budget. The same could be said for the Pumakatari buses or some basic services subsidized by national or municipal taxes. The problem is that these deficits tend to grow year after year because proper rate adjustments are not applied to keep them under control. In many countries, some basic services, such as transportation, are subsidized either directly (through institutional contributions) or indirectly (through fuel subsidies, as is the case with private transporters in Bolivia).
Finally, regarding poor management, this is the most damaging flaw of our EPs. Typically, the personnel called to lead (boards of directors) and manage (managers) EPs are chosen from the pool of the ruling party’s militants, with little or no experience, and without guarantees of continuity or independence. Hence, the numerous interim appointments.
In summary, paraphrasing President Luis Arce, the State has “happily” created, but “irresponsibly” failed to take care of EPs.
Critics of EPs suggest closing them, selling them, or turning them into mixed-capital companies. However, if they are closed, there is the social conflict of job loss. If they are sold, I assume it would not be easy to find private investors willing to buy inherently “sick” companies. The same applies to potential mixed companies if the rules on how to share management are not well defined.
From this, I deduce that the core issue of EPs is management. It’s not enough to repeat the saying that “the State is a poor manager” when it doesn’t even meet the basic criteria of a manager.
The reality is that EPs exist, the people love them, and making them disappear would be a massive challenge. Why not consider reaching a consensus on rules for managing EPs that would allow them to transition to more modern governance models?
In a future column, I will present some ideas on how to approach this issue, based on my experience as a Presidential Delegate, nearly 20 years ago.
Por Francesco Zaratti:
Se cuenta que un campesino español fue a visitar un convento y quedó asombrado por la hilera de medio bustos que adornaban el claustro. Mientras un fraile le explicaba que ese era San Pedro, el otro San Pablo, otro más San Francisco, etc., el campesino no pudo evitar de comentar: “Del cinto pa’ arriba yo también soy santo”.
Esa anécdota se aplica cabalmente a las Empresas Públicas (EP) en Bolivia que “del cinto para arriba”, o sea idealmente, gozan de santidad, y, sin embargo, “del cinto para abajo”, o sea en su realidad, muestran tres defectos básicos: son crónicamente endeudadas, son deficitarias y, sobre todo, son mal administradas. De hecho, las EP constituyen una de las herencias más espantosas de casi 20 años de gobiernos populistas.
Aun así, una encuesta reciente mostraba que una gran mayoría de los bolivianos es favorable a crear más EP, debido a la mitología nacionalista que impide ver con objetividad la realidad.
Examinamos los defectos. Que una empresa esté endeudada no debería per sé escandalizarnos. Muchas empresas privadas funcionan con base a créditos bancarios que se van renovando e incrementando a medida que esas empresas crecen y pagan intereses. El problema con las EP es que sus deudas con el Estado son impagables, debido a que viven en déficit permanente.
Tampoco hay que satanizar lo deficitario: algunas EP son genéticamente deficitarias por razones de servicio comunitario, con base en la redistribución de los impuestos. Por ejemplo, una empresa como Mi Teleférico cumple una función social que es más importante que tener un balance saneado. Lo propio podría decirse de los buses Pumakatari o de algunos servicios básicos subsidiados con impuestos nacionales o municipales. Lo malo es que esos déficits tienden a crecer año tras año, porque no se aplican adecuados ajustes de tarifas que permitirían controlarlos. En muchos países algunos servicios básicos, como el transporte, son subsidiados directa (mediante aportes institucionales) o indirectamente (mediante subsidios a los carburantes, como en el caso de los transportistas privados en Bolivia).
Finalmente, por lo que respecta a la mala administración, debemos reconocer que se trata de la falla más perversa de nuestras EP. Generalmente, el personal llamado a dirigir (consejos de administración) y a administrar (gerentes) las EP es escogido de la cantera de los militantes del partido político en el gobierno, con poca o nula experiencia y sin garantías de continuidad e independencia. Por eso tantos interinatos.
En resumen, parafraseando al presidente Luis Arce, el Estado ha creado (alegremente), pero “no ha cuidado” (responsablemente) las EP.
Los críticos de las EP apuntan a cerrarlas, a venderlas o a volverlas de capital mixto. Sin embargo, si se las cierra, se tiene el conflicto social de la pérdida de empleos. Si se las quiere vender asumo que no es fácil que algún privado invierta en empresas genéticamente “enfermas”. Lo propio podría decirse de las eventuales empresas mixtas, si las reglas de cómo compartir la administración no están bien definidas.
Deduzco de lo anterior que el problema de fondo de las EP es la administración. No basta repetir alegremente a los cuatro vientos que “el Estado es un mal administrador” cuando ni siquiera cumple con los requisitos de administrador.
El hecho es que las EP existen, el pueblo las ama y hacerlas desaparecer es un desafío mayúsculo. ¿Por qué no pensar en consensuar reglas de administración de las EP que les permitan transitar hacia formas de gobernanza más modernas?
Para salir de ese entuerto en una próxima columna presentaré algunas ideas al respecto, elaboradas mientras me desempeñé como Delegado Presidencial, hace ya 20 años.
https://fzaratti.blog/2024/09/27/que-hacer-con-las-empresas-del-estado/
