By Renzo Abruzzese, Brujula Digital:
The Captive Ethos
The word ethos comes from Greek and means “character,” “custom,” or “way of being.” In philosophy and ethics, it refers to the set of values, beliefs, attitudes, and norms that characterize a person, group, or society. It is like the “spirit” or “moral personality” that guides collective behavior.
This brief article argues that the MAS kidnapped the citizen ethos. We realize this when, in attempting to analyze the MAS’s hegemony, the debate usually revolves around macroeconomic indicators, poverty reduction, or the obvious institutional crisis. Yet the deepest—and perhaps irreparable—damage is not reflected in accounting balances, but in the very fabric of the citizen ethos.
Systemic corruption, established as a mechanism of administration and domination, has functioned less as a simple act of theft and more as a pedagogy of cynicism. Over 20 years we have witnessed—so it seems to me—the deliberate devaluation of the res publica and the consolidation of a devastating logic that, at times, managed to reconfigure collective subjectivity.
What was once clearly an act of corruption, an affront to rights, or a slip of MAS-style cynicism, became part of normality. Under this logic of power, the state apparatus ceased to be the guarantor of the common good and turned into spoils administered as the personal property of the caudillo and his acolytes.
Thus, corruption stopped being a flaw in the system and became the system itself. Under these conditions, during the MAS government corruption became the indispensable lubricant of loyalties.
Access to resources, positions, and contracts was not determined by competition or merit but by proximity to the power core, generating a vast network of clientelism and patronage. Corruption thus functioned as an instrument of political domination.
The impact on the citizen ethos was devastating. The average citizen, observing this dynamic, learned to internalize the new rules of the game. They could clearly perceive that legality, in the realm of populist caudillos, is a naïve obstacle; that meritocracy is a farce; and that the only path to mobility or problem-solving lies in connections, contacts, bribery, or submission.
This is the true ethical damage: the normalization of corruption, which is nothing less than the explicit renunciation of public ethics in exchange for material benefits.
Twenty years passed before our eyes, eroding our trust—not only trust in institutions (co-opted and degraded) but also the basic interpersonal trust upon which any social project is built. If justice is venal, if the police extort, and if officials are predators, the social fabric tears apart.
The supposed ideological purity of the “process of change” served only as a moral justification for any means used, including corruption and institutional destruction. In its name, the ethics of responsibility—the one that compels rulers to weigh the real consequences of their acts—was systematically evaded; in its place, a paradigmatic, almost hallucinatory cynicism was installed.
The main legacy of masismo is the structural damage inflicted upon the moral sphere of our society—the damage that sought to make new generations believe that the State is loot, that the law is relative, and that ethics is, at best, a form of stupidity.
It now falls to future governments to rebuild the moral infrastructure of our society, the citizen ethos, and faith in the decency of public life, beyond the immense difficulties left by the economic breakdown we have inherited.
Renzo Abruzzese is a sociologist.
Por Renzo Abruzzese, Brujula Digital:
El Ethos cautivo
La palabra ethos proviene del griego y significa “carácter”, “costumbre” o “modo de ser”. En filosofía y ética se refiere al conjunto de valores, creencias, actitudes y normas que caracterizan a una persona, grupo o sociedad. Es como el “espíritu” o “personalidad moral” que guía el comportamiento colectivo”
En este breve artículo se sostiene que el MAS secuestro el ethos ciudadano. De esto nos percatamos cuando, al intentar analizar la hegemonía del MAS, el debate suele gravitar en torno a los indicadores macroeconómicos, la reducción de la pobreza o la evidente crisis institucional. Empero, el daño más profundo y, quizás irreparable, no se percibe en los balances contables, sino en la fibra misma del ethos ciudadano.
La corrupción sistémica, instalada como un mecanismo de administración y dominación, ha operado menos como un simple acto de latrocinio y más como una pedagogía del cinismo. A lo largo de 20 años asistimos –me parece– a la devaluación deliberada de la res publica y a la consolidación de una lógica devastadora que, por momentos, logró reconfigurar la subjetividad colectiva.
Lo que a claras vistas era un acto de corrupción, una afrenta a los derechos o un desliz del cinismo masista, pasó a formar parte de la normalidad. Bajo esta lógica del poder, el aparato estatal dejó de ser la garantía del bien común para convertirse en un botín administrado como propiedad personal del caudillo y sus acólitos.
De esta manera, la corrupción dejó de ser una falla del sistema para transformarse en el sistema mismo. Bajo estas condiciones, durante el gobierno del MAS la corrupción se transformó en el lubricante imprescindible de las lealtades.
El acceso a los recursos, los cargos y los contratos no se regían por la competencia o el mérito, sino por la proximidad al núcleo de poder, generando una vasta red de clientelismo y prebendas. La corrupción funcionaba así, como un instrumento de dominación política.
El impacto sobre el ethos ciudadano fue devastador. El ciudadano de a pie, al observar esta dinámica, aprendió a interiorizar las nuevas reglas del juego. Percibía con claridad que la legalidad en el reino de los caudillos populistas es un obstáculo ingenuo; que la meritocracia es una farsa y que la única vía de movilidad o de resolución de problemas es la conexión, el contacto, el soborno o la sumisión.
Este es el verdadero daño ético: la normalización de lo corrupto, que no es sino la renuncia explícita a la ética pública a cambio de una prebenda material.
Pasaron por nuestros ojos 20 años que erosionaron nuestra confianza. No solo la confianza en las instituciones (cooptadas y degradadas), sino la confianza interpersonal básica, sobre la que se construye cualquier proyecto de sociedad. Si la justicia es venal, si la policía es extorsiva y si el funcionario es un depredador, el tejido social se desgarra.
La supuesta pureza ideológica del “proceso de cambio” solo sirvió como justificación moral para cualquier medio utilizado, incluyendo la corrupción y la destrucción institucional. En su nombre se evadió sistemáticamente la ética de la responsabilidad, aquella que obliga al gobernante a sopesar las consecuencias reales de sus actos; en su sustitución se instaló un cinismo paradigmático. Casi alucinante.
El principal legado del masismo es el daño estructural de la esfera moral de nuestra sociedad. Ese daño que pretendió hacerles creer a las nuevas generaciones que el Estado es un botín, que la ley es relativa y que la ética es, en el mejor de los casos, una estupidez.
Toca a los próximos gobiernos reconstruir la infraestructura moral de nuestra sociedad, el ethos ciudadano y la creencia en la decencia de lo público, más allá de las enormes dificultades que nos deja el quiebre económico que heredamos.
Renzo Abruzzese es sociólogo.
https://brujuladigital.net/opinion/el-ethos-cautivo-corrupcion-en-la-era-del-mas
