Los contratos de oro de Bolivia compran tiempo pero atan al próximo gobierno | Bolivia’s Gold Forwards Buy Time but Bind the Next Government

Por The Latin American Post Staff:

Bolivia’s Gold Forwards Buy Time but Bind the Next Government
 EFE@Tolga Bozoglu

Bolivia convirtió el oro en un respiro, levantando casi mil millones de dólares mediante contratos a futuro y coberturas para evitar un default. La jugada alivia la crisis de hoy, pero deja al próximo gobierno la carga de entregas, riesgos legales y sombras ambientales.

El oro como salvavidas

En un año de escasez de divisas y reservas en caída, Bolivia recurrió a su activo más antiguo: el oro. El Banco Central firmó en silencio contratos a futuro, intercambiando promesas de lingotes mañana por dólares hoy. Entre mayo y agosto, operaciones por más de cinco toneladas generaron casi 600 millones de dólares. Ventas anteriores elevaron el total a unos 916 millones por 8,4 toneladas, según analistas.

El impacto fue inmediato: las reservas subieron a unos 2.900 millones, suficiente para calmar a los mercados y asegurar pagos de bonos. Para un gobierno con arcas vacías, la ecuación funcionó: vender tiempo, no solo metal. Pero los contratos vencen en 2025. Quien gane el balotaje heredará un calendario marcado en lingotes: entregas que deberán cumplirse pese a precios, producción o política.

Por ahora, la estrategia retrasó el ajuste. El verdadero costo se verá cuando los lingotes salgan de las bóvedas y los dólares ya se hayan gastado.

El manual del “oro por dólares”

El mecanismo es simple: el Banco Central compra oro local en bolivianos, lo refina y firma contratos a futuro con contrapartes globales. Recibe efectivo hoy a cambio de entregar barras un año después. El Estado mantiene el título legal durante la vigencia del contrato, presentando las operaciones como coberturas y no como ventas definitivas. Un “plan de acumulación de reservas” debería garantizar el oro necesario para la liquidación.

La lógica es clara: exportadores, importaciones de combustible y acreedores externos demandan dólares. Con ingresos flojos por soya, gas y minería, el oro es de los pocos activos líquidos. Los forwards son menos estigmatizantes que una venta directa: preservan la apariencia de reservas y dan liquidez.

Pero desplazar el tiempo es riesgoso: las entregas exigen producción estable, refinación y logística. Si algo falla, el próximo gobierno enfrentará obligaciones sin sustituto. En la práctica, Bolivia trajo el colchón de mañana al balance de hoy, apostando a que el crecimiento o nuevo financiamiento tapen el hueco después.

Ley, política y el umbral de 22 toneladas

Una norma obliga al Banco Central a mantener al menos 22 toneladas de oro. Ese piso debía evitar que las bóvedas queden vacías. Críticos sostienen que los forwards burlan la regla al comprometer oro sin violar formalmente el umbral. Defensores replican que sin esos contratos el país ya habría caído en default.

La disputa saltó a la campaña. La oposición acusa al MAS de hipotecar el patrimonio nacional. Un candidato incluso amenazó con acciones legales si se vulnera el piso, comparando la maniobra con empeñar joyas familiares. Para los votantes, el tema refleja una elección más amplia: continuidad del manejo económico del MAS o un giro conservador con austeridad.

El próximo gobierno enfrentará vencimientos en meses. Deberá acelerar el “plan de acumulación” con producción local o buscar financiamiento externo. Ambas rutas traen costos: más minería agrava el daño ambiental, más deuda irrita a nacionalistas y empeora ratios fiscales.

EFE@Georgi Licovski

Costos ambientales y la factura futura

Detrás de las cifras hay un paisaje herido. Gran parte del oro proviene de minería artesanal en la Amazonía, con mercurio, deforestación e invasiones a territorios indígenas. Con el Banco Central como comprador garantizado, la producción se incentiva, estabilizando precios pero presionando ecosistemas frágiles. Ambientalistas alertan que monetizar oro a esta escala sin trazabilidad financia un daño duradero a cambio de efectivo fugaz.

La transparencia también flaquea: el Banco Central publica volúmenes y montos, pero no revela contrapartes, términos de cobertura ni detalles del plan de acumulación. En tiempos tranquilos, los mercados toleran opacidad; con vencimientos cerca, el silencio genera sospechas, tanto en rivales políticos como en inversionistas.

Por ahora, la estrategia compró tiempo. Los bonos están al día, las reservas lucen más sólidas y el gobierno exhibe cifras que tranquilizan. Pero el próximo año los contratos vencen. Todo dependerá de si el oro está listo, si el piso de 22 toneladas se respeta y si la supervisión ambiental alcanza la demanda.

Bolivia se presta tiempo de sus propias bóvedas. Si el respiro sirve para reconstruir crecimiento, credibilidad y diversificación, los forwards parecerán astutos. Si no, el oro saldrá, los dólares ya estarán gastados y la factura —financiera, política y ecológica— llegará.

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