Editorial, Los Tiempos:
The blockade of public roads as a form of sectoral protest in Bolivia is a pressure tactic that—due to its frequency, the manner in which it is applied, and, in some cases, the reasons behind it—seems to deviate from the legitimate right that justifies it. This is even more evident when such protests are accompanied by acts of violence, whose perpetrators should face criminal prosecution.
What happened in recent days in towns of Cochabamba’s lower valley, where passenger transport unions blocked roads—especially Blanco Galindo Avenue, which connects the departmental capital with the highway to Oruro and La Paz—is an expression of a kind of barbarism exercised by a sector that seeks private benefits while illegally and systematically harming the entire community.
It is true that drivers and vehicle owners providing passenger transport services were exercising their legitimate right to demand better income. And while “blockades are protected under the right to social protest,” as noted in an IACHR report, the exercise of such a pressure measure is limited by the need to respect the freedoms of third parties unrelated to the issue—such as private vehicle drivers.
Not only them but also public transport users were prevented from reaching their workplaces, suffering the economic consequences of such disruptions.
There were even fatalities, like the cyclist who lost his life after falling into a river while trying to avoid a blockade, in addition to people uninvolved in the conflict who suffered assaults by the protesters.
These excesses—many of which constitute crimes—and the confidence with which they are committed reflect a belief in acting with total impunity, openly defying social and legal order.
Such actions prompt reflection on how easily social order, fundamental community living rules, and every citizen’s basic right to peace and stability can be subverted.
How is it possible that a sector of society—in this case, the lower valley’s passenger transport sector—organizes itself to commit acts that far exceed any legitimate right to protest and are deliberately aimed at harming ordinary citizens?
It is clear that, in acting as they did, these violent transport operators extended into their protests the same attitude with which they provide daily services—the reality is that very few drivers respect traffic regulations or the passengers they transport.
It is also evident that they display this hostile behavior with the conviction that no authority, whether police or municipal, has sufficient power to sanction their abuses.
Editorial, Los Tiempos:
El bloqueo de vías públicas como manifestación de reclamos sectoriales es en Bolivia una medida de presión que —por su frecuencia, las maneras como se la aplica y, en algunos casos, las razones que la motivan— parece alejarse del derecho que la legitima, y aún más cuando los reclamos se acompañan de hechos de violencia cuyos ejecutores merecen ser procesados penalmente.
Lo ocurrido los días pasados en poblaciones del valle bajo de Cochabamba, cuyos sindicatos de transporte de pasajeros bloquearon las vías —especialmente la avenida Blanco Galindo que une la ciudad capital del departamento con la carretera hacia Oruro y La Paz— es la manifestación de una suerte de barbarie ejercida por un sector que reclama beneficios de interés privado perjudicando de manera organizada e ilegal a toda la colectividad.
Es cierto que los choferes y propietarios de vehículos que prestan el servicio de transporte de pasajeros ejercían el derecho legítimo de reclamar mejoras en sus ingresos, y si bien “los bloqueos se encuentran amparados por el derecho a la protesta social”, como observa un informe de la CIDH, el ejercicio de esa medida de presión tiene como límite el respeto a las libertades de terceros ajenos al objeto que los motiva, como es el caso de los conductores de vehículos privados.
No sólo ellos, sino también los usuarios del servicio de transporte público que se vieron impedidos de llegar a sus fuentes de trabajo, con el perjuicio que ese aspecto representa.
Y hubo víctimas fatales como ese ciclista, que perdió la vida al caer en un río por evitar un punto de bloqueo, además de gente ajena al conflicto que sufrió agresiones de los movilizados.
Esos excesos que en muchos constituyen delitos y el aplomo de sus perpetradores evidencian su convicción de poder actuar así en toda impunidad, en franco desafío al orden social, y legal.
Se trata de actitudes que alientan a reflexionar acerca de la facilidad con la que se subvierte el orden social, las reglas elementales de vida en comunidad y el derecho básico de todo ciudadano a la paz y el orden.
¿Cómo puede suceder que un sector de la sociedad, en este caso el de transporte de pasajeros del valle bajo, se organice para perpetrar actos que sobrepasan cualquier derecho a protestar y están dirigidos a provocar perjuicio al ciudadano común?
Es claro que, al actuar como actuaron, los transportistas violentos prolongaron en sus movilizaciones la actitud con la que cada día prestan el servicio que les permite sustentarse, pues son muy pocos los choferes respetuosos de las reglas de tránsito y de los usuarios a los que transportan.
Y es también evidente que ejercen su actitud hostil con el convencimiento de que ninguna instancia, ni policial ni municipal, tiene sobre ellos la autoridad suficiente para sancionar sus abusos.
https://www.lostiempos.com/actualidad/opinion/20250131/editorial/bloqueos-barbarie
