By Windsor Hernani, El Diario:
The 1904 Peace and Friendship Treaty formally ended the 1879 war between Bolivia and Chile and established the legal foundations of bilateral relations.
In the framework of contemporary Public International Law, the 1904 Treaty can be classified as a “treaty–contract,” as it set specific obligations between States in a context of reciprocity. It was a kind of “international barter”: Bolivia ceded its coastline in perpetuity and, in return, received £300,000 sterling and the formal guarantee of free transit. This contractual logic is relevant because it entails the permanent and unconditional validity of the obligations undertaken, particularly that of free transit.
To avoid doubt or misinterpretation, the right to free transit was clarified by the 1904 Complementary Protocol and later regulated through the 1937 International Land Transport Agreement, as well as other subsequent bilateral instruments. Under these, Bolivia obtained the broadest and unrestricted free transit of goods, free of duties except for those corresponding to services actually provided.
Historically, Chile has argued that the free transit granted to Bolivia constitutes a sovereign “concession” resulting from the bilateral treaty. However, in light of the evolution of International Economic Law, this can no longer be seen as a concession — it is an obligation — subject to multilateral principles and equivalent to an “acquired right.”
With the rise of international trade and the emergence of the multilateral system — especially from the 1947 GATT and later the creation of the World Trade Organization (WTO) — the concept of free transit acquired new legal meaning. Article V of GATT states categorically: “There shall be freedom of transit through the territory of each member… without distinction as to the flag, origin, ownership, departure, destination, or any other circumstance…” This principle was thus consolidated under the WTO as a multilateral legal obligation of member States, not only toward their neighbors but also toward the international community at large.
To illustrate the importance of free transit as an international obligation, consider Brazil’s efforts to reach the mega-port of Chancay — key to its exports to Asia-Pacific — which necessarily involves transit through Peruvian territory. If Peru were to demand compensation in return, or even cession of Brazilian territory, it would be inadmissible, unrealistic — absurd. The free transit of Brazilian goods through Peru is assumed; it is not negotiable.
When, through acts such as unjustified customs delays, unlawful charges, arbitrary inspections, strikes, route interruptions, and logistical restrictions, the free transit of Bolivian goods and people through Chilean territory and ports is hindered, this constitutes a breach of a multilateral obligation that can give rise to international responsibility. Unfortunately, Chilean authorities in dealing with Bolivia, fully aware of Bolivia’s need for access to Pacific ports, interrupt free transit to use it as bargaining leverage for their own interests.
A contemporary reading of the 1904 Treaty requires understanding that its clauses cannot be interpreted under 19th-century legal categories and outdated paradigms of absolute sovereignty. The free transit right Chile undertook to respect is no longer a sovereign “favor” or diplomatic gift, but a binding obligation, protected by International Economic Law and customary practice. The “concession” argument has been surpassed by WTO principles, the doctrine on landlocked States, and international jurisprudence (WTO case: Panama vs. Colombia, Transit and Ports of Entry).
In the context of the national bicentennial, it should be remembered that the 1904 Treaty was imposed; its provisions were “accepted” because there was no other option. It is one of those boundary, territorial, or peace treaties that reflect power imbalances between States — supposedly sealing peace, but a peace imposed by victors on the vanquished, without any possibility of negotiation. Such treaties are understandable only through the logic of force, not reason; their results are inequitable or ignominious and, consequently, cannot and should not endure.
Windsor Hernani Limarino is an economist and diplomat.
Por Windsor Hernani Limarino, El Diario:
El Tratado de Paz y Amistad de 1904 puso fin formal al conflicto bélico de 1879 entre Bolivia y Chile, y estableció las bases jurídicas de las relaciones bilaterales.
En el marco del Derecho Internacional Público contemporáneo, el Tratado de 1904 puede ser calificado como un “tratado–contrato”, al fijar prestaciones específicas entre Estados en un contexto de reciprocidad. Fue una suerte de “permuta internacional”, Bolivia entregó a perpetuidad su litoral y, a cambio, recibió 300.000 libras esterlinas y la garantía formal del libre tránsito. Esta lógica contractual es relevante, ya que compromete la vigencia permanente e incondicionada de las obligaciones asumidas, en particular la relativa al libre tránsito.
Para evitar dudas o interpretaciones erróneas, el derecho al libre tránsito fue precisado mediante el Protocolo Complementario de 1904 y reglamentado posteriormente a través del Convenio sobre Transporte Internacional Terrestre de 1937, así como por otros instrumentos bilaterales subsiguientes. En ese marco, Bolivia accedió al más amplio e irrestricto libre tránsito de mercancías, sin cobro de derechos, salvo aquellos correspondientes a servicios efectivamente prestados.
Históricamente, Chile sostiene que el libre tránsito otorgado a Bolivia constituye una “concesión” soberana, resultado del tratado bilateral. Sin embargo, a la luz de la evolución del Derecho Internacional Económico, esto ya no puede considerarse una concesión, ¡es una obligación!, sujeta a principios multilaterales y equiparable a un “derecho adquirido”.
Con el auge del comercio internacional y el surgimiento del sistema multilateral, especialmente a partir del GATT de 1947 y, posteriormente, con la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC), el concepto de libre tránsito adquirió un nuevo significado normativo. El artículo V del GATT establece de manera categórica: “Habrá libertad de tránsito por el territorio de cada miembro… sin distinción alguna respecto del pabellón, origen, propiedad, partida, destino o cualquier otra circunstancia…”. En consecuencia, este principio fue consolidado en el marco de la OMC como una obligación jurídica multilateral de los Estados miembros, no solo frente a sus vecinos, sino también frente a la comunidad internacional en su conjunto.
Para ejemplificar la importancia del libre tránsito como obligación internacional, basta considerar que Brasil está empeñado en llegar al mega puerto de Chancay —clave para sus exportaciones al Asia-Pacífico—, lo cual evidentemente implica el tránsito por territorio peruano. Imaginemos que Perú exigiera contraprestaciones a cambio, o incluso la cesión de parte del territorio brasileño, ello sería inadmisible, irreal, una locura. El libre tránsito de mercancías brasileñas por territorio peruano se da por hecho, no se discute, es un supuesto jurídico implícito, no sujeto a negociación.
Cuando a través de múltiples actos, como: retrasos aduaneros injustificados, cobros indebidos, inspecciones arbitrarias, huelgas, interrupciones de rutas y restricciones logísticas, se afecta el libre tránsito de mercancías y personas bolivianas por territorio y puertos chilenos; se está incurriendo en el incumplimiento de una obligación multilateral, susceptible de generar responsabilidad internacional. Lamentablemente, autoridades chilenas en el relacionamiento con Bolivia, a sabiendas de la necesidad que se tiene de acceder a puertos del Pacífico, interrumpen el libre tránsito para utilizarlo como una moneda de cambio para concretar sus intereses.
La lectura contemporánea del Tratado de 1904 exige comprender que sus cláusulas no pueden ser interpretadas bajo categorías jurídicas del Siglo XIX y paradigmas decimonónicos de soberanía absoluta. El derecho de libre tránsito que Chile se obligó a respetar no es ya una “gracia” soberana, ni una dádiva diplomática, sino una obligación vinculante, amparada por el Derecho Internacional Económico y la práctica consuetudinaria. El argumento de la “concesión” ha sido superado por los principios de la OMC, la doctrina sobre los países sin litoral, y la jurisprudencia internacional (caso OMC: Panamá vs. Colombia, Tránsito y puertos de entrada).
En el marco del bicentenario patrio, cabe tener presente que el Tratado de 1904 fue impuesto, sus disposiciones fueron “consentidas” porque no existía otra opción. Es uno más de esos tratados de límites, de disposición territorial o de paz que responden a los desbalances de poder entre los Estados. Son los que supuestamente sellan la paz, una paz impuesta por los vencedores a los vencidos, sin posibilidad de concertación; comprensibles únicamente desde la lógica de la fuerza y no de la razón; y cuyos resultados son inequitativos o ignominiosos y, consecuentemente, no pueden ni deben perdurar.
Windsor Hernani Limarino es economista y diplomático.
