By Manfredo Kempff, El Deber:
Race or Power?
From the predominantly indigenous Upper Peru and later independent Bolivia, a progressively more mestizo nation emerged over time, with some cities where an important Criollo patronage of Hispanic lineage existed and dominated. Without statistics at hand, it can be estimated that at the beginning of the last century, half or even 60% of the population was indigenous, with the rest being mestizo and about 10% being white, totaling slightly over 100,000 inhabitants. Bolivia was then an indigenous nation, just as it is now predominantly mestizo. The indigenous people, mostly farmers, left the countryside and moved to the cities throughout the 20th century due to their perpetual poverty and the disillusionment brought by the National Revolution, which supposedly would liberate them. Mestizaje evolved so significantly that today, without a doubt and by a wide margin, it represents the majority of the Bolivian population. The countryside has become depopulated while the cities have grown, with El Alto in La Paz being the clearest example.
Faced with the slow development of a country mired in constant political crises in the early ’90s, struggling to return to democracy, pay its debts, and with low commodity prices, Evo Morales and the Movement for Socialism (MAS) emerged, condemning alleged sectarian, exclusionary governments that only interacted among themselves and ignored the indigenous people, who supposedly made up over 80% of the population. This was a lie, but a useful tool for politics. Of the 80% Morales referred to, no more than 30% were actually indigenous, with the rest being mestizos. Indeed, more than half of the Bolivian population is mestizo, across the Andes, valleys, and plains.
García Linera was the eloquent and fanciful ideologue aiming to transform Bolivia into an indigenous state, which, as a condition, had to be presided over by an indigenous person. Before him, David Choquehuanca was already the nebulous and mysterious sorcerer of deep “Aymarism,” a folkloric necromancer who, with Roman augur-like pretensions, denounced the “karas” (whites) and predicted (still predicts) a promising future for Bolivia alongside Mother Earth and the Sun God. The only person who didn’t care about indigenous people, mestizos, cholos, or white “karas” was Evo Morales, who was not focused on anyone’s skin color but had his sights set on the presidential sash. Of course, for this, he needed a stirring, emotional, and convincing speech that diverged from the erratic and impoverished “pacted democracy,” and there was no other theme than the plight of the unfortunate indigenous people despised by the whites, humiliated and excluded by inhuman outsiders in their own ancestral land. Morales used himself as an example of the abuse by foreigners and descendants of Spanish conquerors, telling sad stories, real or fabricated, that touched hearts both inside and outside Bolivia. The indigenous discourse caught on quickly because it was daring, proposed change, and seemed sincere.
In his second electoral attempt in 2005, Morales won the presidential elections and began implementing changes with a new vision for the country that surprised many and garnered widespread popular support. In February 2009, the new Constitution was promulgated, leading to the refoundation of Bolivia, establishing the Plurinational State inspired by democratic and cultural revolution, community socialism, and a series of new norms including a five-year term with one continuous reelection, and the novelty of a runoff if the winning candidate did not secure more than 50% in the first vote.
Ethnicities interested Morales only as the grand facade of his Plurinational State, though his main concern was his love for power. Pachamama (left to Choquehuanca) no longer mattered; what was important was maintaining his position, first in the old palace and then in the pharaonic building. Morales ran for office five times, deceitfully bypassing the Constitution and a referendum that prohibited it, and today keeps the nation in suspense by demanding acceptance for a sixth candidacy.
Morales will continue his pursuit to regain power to settle scores with those who abandoned him and, above all, to feel his control over the country. His yearning for lordship and superiority is such that he is willing to provoke a catastrophe to secure his candidacy and even threaten the stability of President Arce’s administration if necessary.
Morales is uninterested in the indigenous race or its survival and disregards mestizos entirely. His only devotion is returning to power because he believes it is his rightful place.
Por Manfredo Kempff, El Deber:
¿Raza o poder?
Del Alto Perú netamente indígena y luego de la Bolivia independiente surgió con el transcurrir del tiempo una nación cada vez más mestiza, con algunas ciudades donde existía un importante patronazgo criollo, de estirpe hispana, que fue el dominante. Sin estadísticas a la mano, se podrá estimar que, a comienzos del siglo pasado la mitad de la población o hasta un 60% era indígena y el resto mestiza, con un 10% de blancos que rondarían en algo más de 100 mil habitantes. Bolivia era entonces una nación indígena como hoy es mayoritariamente mestiza. Los indios, agricultores por lo general, abandonaron el campo y se fueron incorporando a las ciudades a lo largo del siglo XX, debido a su pobreza secular y al desengaño en que los sumió la Revolución Nacional, que presuntamente los liberaría. El mestizaje evolucionó tanto entonces, que hoy, es, sin lugar a dudas y con ventaja, la mayor población boliviana. Los campos han quedado despoblados y las ciudades han crecido y el ejemplo más claro está en El Alto de La Paz.
Ante el lento desarrollo de un país que se debatía en permanentes crisis políticas a comienzos de los 90, que iniciaba un lento y sufrido retorno a la democracia, empeñado en pagar sus deudas y con precios bajos de sus materias primas, surgieron Evo Morales y el Movimiento al Socialismo (MAS), deplorando contra unos presuntos gobiernos sectarios, excluyentes, que solo se entendían entre blancoides, y que ignoraban a los indígenas, que eran más del 80% de la población. Eso era una mentira, pero una buena carta para hacer política. De ese 80% a que se refería Morales ya no existían más un 30% de indígenas y el resto eran mestizos. Porque, efectivamente, la mitad o más de la población boliviana es mestiza, en los Andes, los valles y la llanura.
García Linera fue el ideólogo elocuente y fantasioso lanzado a transformar a Bolivia en un Estado indígena que, como condición, estuviera presidido por un indio. Y antes David Choquehuanca ya venía siendo el nebuloso y misterioso hechicero del “aimarismo” profundo, un folclórico nigromante que, con pretensiones de augur romano, deploraba a los “karas” y vaticinaba (vaticina aún) un futuro promisorio para Bolivia junto a la Madre Tierra y al Dios Sol. Al único que no le interesaban “per se” los indios, ni los mestizos, ni los cholos, ni los “karas” blancuzcos, era a Evo Morales, que no tenía la mirada puesta en el color de la piel de nadie, sino el olfato en el olor de la banda presidencial. Claro que para eso necesitaba un discurso conmovedor, que emocionara, que convenciera, que se alejara de la errática y empobrecida “democracia pactada” y no había otro que el drama del infeliz indio despreciado por el blanco, humillado y excluido por inhumanos forasteros en su propia tierra originaria. Como ejemplo del abuso de los extranjeros y de los descendientes de los conquistadores españoles, se ponía él mismo para que nadie dudara, contando tristes historias, falsas o ciertas, que enternecían fuera y dentro de Bolivia. El discurso indígena pegó inmediatamente porque era atrevido, proponía un cambio, y se lo notaba sincero.
En su segundo intento electoral el 2005, Morales ganó las elecciones presidenciales y comenzó a realizar cambios con una nueva visión de país que sorprendió a muchos y que contó con gran apoyo popular. En febrero del 2009 se promulgó la nueva Constitución y vino la refundación de Bolivia que conformó el Estado Plurinacional, inspirado en la revolución democrática y cultural, el socialismo comunitario, y una serie de nuevas normas entre las que se disponía un mandato por cinco años con una reelección por única vez de manera continua y con la novedad de la segunda vuelta en caso de que el candidato ganador no obtuviera el 50% más uno en el primer escrutinio.
Las etnias le interesaron a Morales solo como la gran fachada de su Estado Plurinacional, aunque lo que concentró más su preocupación fue el amor por el mando. Ya no importaba la Pachamama (eso se lo dejaba a Choquehuanca) sino la permanencia, primero en el viejo palacio y luego en el edificio faraónico. Cinco veces fue candidato, burlando tramposamente la Constitución y un referéndum que no se lo permitían y hoy tiene a la nación en vilo porque exige que se le acepten terciar en una sexta candidatura.
Morales va a continuar en su empreño de retomar el poder para ajustar cuentas con sus compañeros que lo abandonaron, pero, sobre todo, para sentir su dominio sobre el país. Su ansia de señorío, de superioridad, es tal, que está dispuesto a provocar una catástrofe para que le den campo en la candidatura y hasta amenazar la estabilidad de la gestión del presidente Arce si es necesario.
A Morales no le interesa la raza india, su sobrevivencia, y desconoce olímpicamente a los mestizos. Su única devoción es el retorno al poder porque cree que es el lugar que le corresponde.