By Bolivian Thoughts:
Rebuilding Bolivia’s Republic: A Functional State, Not a Bigger One
Bolivia’s current collapse is not accidental. It stems from decades of institutional decay, overdependence on informal markets and subsidies, and the systematic replacement of merit with political loyalty. Today’s state employs over 600,000 public workers—more than double what it did before MAS came to power—yet services are worse, justice is politicized, corruption is endemic, and we face a shortage of dollars that blocks trade, erodes household savings, and paralyzes decision-making. Meanwhile, unsustainable fuel subsidies, smuggling, and state inefficiency drain what little capacity remains.
The roots of the crisis trace back to the post-1985 stabilization period. Thousands of laid-off miners moved to the Chapare, where coca cultivation and the cocaine economy expanded. From that vacuum emerged Evo Morales, who transformed the coca unions into a political apparatus. When MAS took power in 2006, it inherited a functional but modest state—and dismantled it. Meritocracy gave way to patronage; laws to discretion.
To rebuild, we must move beyond debates about more or less government. As Harvard’s Katerina Linos argues, what matters is how government performs. In Bolivia, performance has collapsed. The path forward is institutional, not ideological: the state must do fewer things—but do them competently, transparently, and fairly. Five urgent priorities require discipline and clarity.
First, reprofessionalize the civil service. A strict hiring freeze on political appointments is essential. A transitional Civil Service Authority, with international and civic oversight, must audit ministries and phase out roles without technical justification. Technical institutes and universities must feed into a structured public service track, with exams, internships, and merit-based promotions. Competence—not loyalty—must define public employment.
Second, reconstitute the judiciary. Judges must no longer be elected by popular vote—a failed experiment. All current appointments should undergo review, supervised by international observers. An autonomous Judicial Performance Evaluation Unit must track delays, sentence quality, and integrity. Judges should be competitively selected and held accountable by an independent council.
Third, realign fiscal priorities. Fuel subsidies drain resources and encourage contraband. A phased, conditional removal—offset by direct transfers to the poorest—must be launched. The savings should fund essential services: health, education, and infrastructure. This transition must be regionally balanced, data-driven, and transparent.
Fourth, restore territorial legitimacy. A New Municipal Pact must empower local governments with performance-based funding tied to measurable outcomes—school attendance, clean water, clinic coverage. Budgets and project tracking must be public. Citizen oversight by churches, universities, and neighborhood boards must be formalized to prevent it’s capture by current politicking.
Fifth, and above all, the next administration must be transitional and non-permanent. Its task is to rebuild the Republic’s foundation. This includes repealing indefinite re-election, restoring equal rights under the law, and guaranteeing electoral independence. A new Constitutional Convention must be convened—with a clear mandate and deadline—to draft a renewed, republican framework that reestablishes checks and balances, depoliticizes institutions, and ensures long-term democratic legitimacy.
These are not abstract ideals. They’ve worked elsewhere: in Eastern Europe after communism, in Chile after Pinochet, in Colombia’s post-conflict transitions. Bolivia is not beyond repair—but time is short.
We don’t need slogans or rupture. We need disciplined reconstruction: fewer ministries, but better ones; fewer employees, but trained; fewer judges, but independent; fewer promises, but fulfilled. Bolivia doesn’t need a bigger state. It needs a state that works. That is how we recover our Republic.
Por Pensamientos Bolivianos:
Reconstruir la República de Bolivia: Un Estado Funcional, No Más Grande
El colapso actual de Bolivia no es accidental. Proviene de décadas de deterioro institucional, dependencia de mercados informales y subsidios, y del reemplazo sistemático del mérito por la lealtad política. Hoy el Estado emplea a más de 600.000 funcionarios públicos—más del doble que antes de la llegada del MAS al poder—pero los servicios son peores, la justicia está politizada, la corrupción es endémica y enfrentamos una escasez de dólares que bloquea el comercio, erosiona el ahorro de los hogares y paraliza la toma de decisiones. Al mismo tiempo, los subsidios insostenibles a los combustibles, el contrabando y la ineficiencia estatal agotan lo poco que queda de capacidad institucional.
Las raíces de la crisis se remontan al periodo posterior a la estabilización de 1985. Miles de mineros despedidos se trasladaron al Chapare, donde crecieron el cultivo de coca y la economía del narcotráfico. De ese vacío emergió Evo Morales, quien transformó los sindicatos cocaleros en una maquinaria política. Cuando el MAS llegó al poder en 2006, heredó un Estado modesto pero funcional—y lo desmanteló. La meritocracia fue sustituida por el clientelismo, la ley por la discrecionalidad.
Para reconstruir, debemos superar el falso dilema de más o menos Estado. Como sostiene Katerina Linos, de Harvard, lo que importa es cómo funciona el Estado. En Bolivia, el desempeño estatal ha colapsado. La salida no es ideológica, sino institucional: el Estado debe hacer menos cosas, pero hacerlas bien—con competencia, transparencia y equidad. Esto requiere abordar cinco prioridades urgentes con disciplina y claridad.
Primero, reprofesionalizar la función pública. Es vital congelar los nombramientos políticos. Una Autoridad Transitoria de Servicio Civil, con supervisión internacional y ciudadana, debe auditar todos los ministerios y eliminar los cargos sin justificación técnica. Las escuelas técnicas y universidades deben alimentar una carrera pública basada en exámenes, pasantías y ascensos por mérito. La competencia—no la lealtad partidaria—debe regir el empleo estatal.
Segundo, reconstituir el poder judicial. Los jueces no deben ser elegidos por voto popular—un experimento fallido. Todas las designaciones deben ser revisadas bajo supervisión internacional. Una Unidad de Evaluación del Desempeño Judicial, autónoma y pública, debe monitorear demoras, calidad de sentencias e integridad. Los jueces deben ser seleccionados por concurso de méritos y fiscalizados por un consejo independiente.
Tercero, realinear las prioridades fiscales. Los subsidios a los combustibles agotan los recursos públicos y fomentan el contrabando. Su eliminación gradual—compensada por transferencias directas al 20% más pobre—debe ser planificada con datos, cronogramas claros y comunicación pública. Los ahorros deben destinarse a salud primaria, educación pública y mantenimiento de infraestructura.
Cuarto, restaurar la legitimidad territorial. Un Nuevo Pacto Municipal debe entregar fondos directos y condicionados al desempeño—asistencia escolar, acceso a agua potable, funcionamiento de centros de salud. Los gobiernos locales deben operar con presupuestos abiertos y tableros públicos. La fiscalización ciudadana—de iglesias, universidades y juntas vecinales—debe ser formalizada y protegida legalmente para evitar la captura a manos de la politiquería actual.
Quinto, y por encima de todo, el próximo gobierno debe ser transicional y no permanente. Su tarea no es perpetuarse, sino reconstruir las bases republicanas. Esto incluye derogar la reelección indefinida, restituir la igualdad ante la ley y garantizar una autoridad electoral autónoma. Debe convocarse una nueva Convención Constitucional, con mandato claro y plazo definido, para redactar un marco republicano renovado que restaure los contrapesos, despolitice las instituciones y garantice la legitimidad democrática a largo plazo.
Estas no son ideas abstractas. Se han aplicado en otras transiciones: Europa del Este tras el comunismo, Chile después de Pinochet, Colombia tras el conflicto armado. Bolivia no está perdida—pero el tiempo se agota.
No necesitamos eslóganes ni rupturas. Necesitamos una reconstrucción disciplinada: menos ministerios, pero mejores; menos empleados, pero capacitados; menos jueces, pero independientes; menos promesas, pero cumplidas. Bolivia no necesita un Estado más grande. Necesita un Estado que funcione. Así recuperamos nuestra República.
