Carlos Toranzo Roca, Brujula Digital:
Economic Elites Beyond the Aristocracy
There is a prejudice in Bolivia that suggests economic elites have always come from the country’s aristocratic landowning class, from the oligarchies. However, empirical analysis shows that since the early days, starting with Simón I. Patiño, the tin baron who internationalized very early on, to the current “chola” bourgeoisie, owners of capital circulation channels, vast mansions [cholets] in El Alto, and metalworking industries in Santa Cruz; as well as wealthy merchants in La Cancha, Cochabamba, who own interdepartmental and international transport, economic elites from popular sectors have always existed.
There are also those emerging from foreign immigrants who did not always come from aristocratic or wealthy families but rather from poor sectors that through hard work became owners of hardware stores, bakeries, shoe factories, candy factories, and became part of other branches of the country’s economic elite.
Patiño is not the only mixed-race entrepreneur from popular sectors who excelled in mining at the beginning of the 20th century; there are many more like him, but history has either not brought them to light or, in some cases, incorporated them into the entrepreneurial class of the oligarchic sectors. In Bolivia, there was a great prejudice against believing that popular sectors could not become part of the large business or bourgeois class of our country. It’s no wonder that 30 years ago Bolivian sociology was reluctant to acknowledge the existence of “chola” or “cunumi” bourgeoisies, which were very successful and possessed much more significant capital than several fractions of the traditional bourgeoisies.
That sociology understood that popular sectors necessarily had to be poor; it did not comprehend that brown-skinned capitalists had already risen to become the new bourgeoisies of our country. Many analysts understood that the Great Power festivities were merely ritualistic, with folkloric characteristics, for reaffirming popular identities, but they did not understand that it was the public stage for the “chola” bourgeoisies, where, in addition to dancing, significant economic transactions took place. It should not be forgotten that those present were those who early on engaged in trade with China, and those responsible for imports coming through Brazil, Peru, Chile, or Argentina also said “present.”
Moreover, the connection between political and economic elites is deeply rooted throughout national history, spanning from the old feudalism of the late 19th century to the current process of change. In the 19th century and the first part of the 20th century, it was more than evident that these economic elites were, at the same time, the political elites. In the second half of the 20th century, wasn’t Gonzalo Sánchez de Lozada and several accompanying businessmen evidence of this?
History also shows how in certain periods, such as the beginning of the National Revolution and the current process of change, there were and are economic elites stemming from union aristocracies. During the MNR, a good portion of the “emenerrista” union leaders, those who received quotas from the ruling party, became part of the economic elites who also served as political elites.
In the 21st century, transport workers, coca growers, a portion of traders, and mining cooperatives are part of Bolivia’s new economic elites. Aren’t they also political elites? Indeed, they are, as they are part of the corporatist distribution of political power; hence their representatives appear as deputies, senators, ministers, deputy ministers, governors, mayors, councilors. Once again, economic elites are intertwined with political elites and often share both functions. Bolivian social science must rid itself of analytical prejudices and begin by adequately describing Bolivia’s economic and political elites; in doing so, it will encounter surprises.
Elites económicas no señoriales
Existe el prejuicio en Bolivia que indica que las elites económicas siempre han provenido de las aristocracias señoriales del país, de las oligarquías; pero el análisis empírico expresa que, desde siempre, empezando por Simón I. Patiño, el barón del estaño que muy tempranamente se internacionalizó, hasta las burguesías cholas actuales, dueñas de los canales de circulación del capital, propietarias de los inmensos cholets en El Alto, dueñas de la metalmecánica en Santa Cruz; y adinerados comerciantes de La Cancha en Cochabamba, dueñas de los transportes interdepartamentales e internacionales, siempre han existido elites económicas provenientes de sectores populares.
Existen otras que surgen de los inmigrantes extranjeros que no siempre venían de grandes familias aristocráticas o adineradas sino de sectores pobres que con duro esfuerzo se convirtieron en dueños de ferreterías, panaderías, fábricas de calzados, de dulces y se convirtieron en otras ramas de las elites económicas del país.
Patiño no es el único empresario mestizo proveniente de sectores populares que descolló en la minería de inicios del siglo XX; junto a él hay muchos más, pero la historia no los ha visibilizado o, en su caso, los ha incorporado al empresariado de los sectores oligárquicos. Es que en Bolivia había el gran prejuicio de creer que los sectores populares no podían llegar a ser parte del gran empresariado o de la burguesía de nuestro país. No en vano hace 30 años la sociología boliviana era reacia a entender que había burguesías cholas o cunumis, que eran muy exitosas y poseían capitales mucho más importantes que varias fracciones de las burguesías tradicionales.
Esa sociología entendía que los sectores populares debían ser necesariamente pobres; no comprendía que capitalistas de piel morena ya habían llegado a la estatura de ser las nuevas burguesías de nuestro país. Muchos analistas entendían que la fiesta del Gran Poder era sólo un ritual de características folklóricas, de reafirmación de identidades populares, pero no comprendían que ése era el lugar de exposición pública de las burguesías cholas, sitio donde, además de bailar, se realizaban y realizan grandes transacciones económicas. No se debe olvidar que ahí estaban presentes quienes tempranamente se abrieron al comercio con China y además decían “presente” los encargados de las importaciones que vienen a través de Brasil, Perú, Chile o Argentina.
Por otra parte, la conexión entre elites políticas y económicas es umbilical en toda la historia nacional, abarca desde el viejo señorialismo de fines del siglo XIX hasta el proceso de cambio actual. En el siglo XIX y en la primera parte del siglo XX era más que evidente que esas elites económicas eran, a la par, las elites políticas. En la segunda mitad del siglo XX, ¿no fue eso Gonzalo Sánchez de Lozada y varios empresarios que lo acompañaron en su gabinete?
También la historia muestra cómo en ciertos periodos, por ejemplo en el inicio de la Revolución Nacional y en el actual proceso de cambio, existieron y existen elites económicas que provienen de las aristocracias sindicales. Durante el MNR, buena parte de los líderes sindicales emenerristas, ésos que recibían los “cupos” dados por el partido de Gobierno, se transformaron en parte de las elites económicas que también fungían como elites políticas.
En el siglo XXI los transportistas, los cocaleros, una porción de los comerciantes, los cooperativistas mineros, son parte de las nuevas elites económicas de Bolivia. ¿Ellas no son también elites políticas? Claro que lo son, no en vano son parte del reparto corporativo del poder político, por eso sus representantes aparecen como diputados, senadores, ministros, viceministros, gobernadores, alcaldes, concejales. De nuevo, las elites económicas están entrelazadas con las elites políticas y con mucha frecuencia comparten ambas funciones. La ciencia social boliviana debe despojarse de prejuicios analíticos y comenzar por describir adecuadamente a las elites económicas y políticas de Bolivia; al hacerlo se encontrará con sorpresas.
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