By Oscar Antezana Malpartida:
For decades, China has been the world’s factory, where increasingly automated and high-tech production chains manufacture everything from household goods and footwear to electronics, raw materials for construction, appliances, and solar panels. These factories meet the demand of U.S. and global consumers for affordable goods, but they have also fueled a massive trade deficit. China has also strengthened its supply chains of rare earth elements and other critical minerals, enhanced its manufacturing technology with AI and humanoid robots, and increased its advanced technological capabilities, including semiconductors. Many products from China cannot be quickly replaced, which will raise prices in the U.S., possibly for years, until new factories are built. This could mean a tax increase for Americans of about $860 billion before substitutions (JP Morgan).
The key to Trump’s, at least temporary, defeat lies in the fact that the rest of the world is not engaged in a tariff war with each other—only with the U.S. Europe has not imposed levies on Asia and vice versa. In Europe, Brazil, Turkey, and elsewhere, Samsung suddenly became much more appealing than an iPhone, and Chinese cars or European EVs would be even cheaper than a Tesla. Nothing illustrates this better than Musk’s company. Trump’s tariffs made it the king of the industry, as it manufactures its vehicles in the U.S., unlike its competitors. But the retaliations that followed began writing the company’s epitaph. U.S. sales represent 35% of Tesla’s total, but the other 65% mostly comes from China and Europe (32% and 25% respectively).
Currently, the United States needs Chinese exports more than China needs the U.S. market. China has large savings and could easily adapt to this trade war, redirecting many of its products to internal consumption (WSJ). Since the U.S. economy relies heavily on Chinese sources for vital goods (pharmaceutical supplies, cheap electronic chips, critical minerals), it was extremely reckless not to secure alternative suppliers or sufficient domestic production before disrupting trade. By doing it in reverse, the administration is causing precisely the kind of harm it claims to want to prevent. “De-Americanization” could gradually advance around the globe. In the short term, everyone loses, of course. After all, the U.S. is the main market for many of the world’s products. It is the main one, but it represents less than 30% of the world. China, Japan, Europe, or Korea will try to place their goods elsewhere—something the U.S. won’t be able to do due to its “universal” trade war. Moreover, in some cases, these countries will try to gain market share at the expense of now more expensive U.S. products.
Logic would suggest that the most likely scenario would be to make peace with Europe and the so-called “Western” world, usually including Japan, Australia, and perhaps South Korea, and keep up the fight with China and Southeast Asia. Trump needs to protect his image as a successful “bully” and show evidence that his tariffs have had some positive effect. That won’t be easy. Most likely, there will be compromises with half-baked protectionism, varying by product and region. Countries and companies will approach Washington to strike deals and secure exemptions, exemptions, and special conditions. How much, how, and who—no one knows. “This lays the groundwork for corruption” (Washington Post). It adds, “These tariff negotiations will inevitably result in a cascade of corruption. The U.S. economy is shifting from being the world’s leading free market to the main example of crony capitalism.”
That was the intent of President Obama’s administration: a free trade bloc, the Trans-Pacific Partnership (TPP), large enough to force China to change its trade practices as a condition of entry. Trump scrapped this trade deal on the first day of his first term with an executive order. Now, the U.S. Treasury Secretary has said he aims to strike a trade deal with allies and approach China “as a group.” But now that he’s bullied his allies and reneged on previous agreements, the U.S. will find them less willing to cooperate. However, if trade partners suspect the U.S. is committed to protectionism, why would they offer concessions?
From the U.S., with love: a fabulous gift to the Chinese leader
Ursula von der Leyen, President of the European Commission, spoke with Chinese Premier Li Qiang shortly after Trump’s tariffs were imposed, and a summit between the EU and China has been scheduled for July. Meanwhile, the EU and China agreed last week to resume talks to resolve a dispute over Chinese electric vehicle imports, which the bloc had placed tariffs on a few months earlier.
Canadian Prime Minister Mark Carney summarized the global mood: “Our former relationship of ever-deepening integration with the U.S. is over.” Pointing to the end of an 80-year period of U.S. economic leadership, Mr. Carney added, “While this is a tragedy, it is also the new reality.” Even if all the tariffs were dismantled, the memory of Liberation Day will linger in the mind of any company building a supply chain.
It remains difficult for the U.S. to avoid a recession. The supply chain repercussions stemming from a sudden disruption of Chinese imports, the blow to confidence, and the ongoing political chaos in the U.S. are real.
Por Oscar Antezana Malpartida:
Durante décadas, China ha sido la fábrica del mundo donde cadenas de producción cada vez más automatizadas y de alta tecnología producen de todo, desde artículos para el hogar y calzado hasta productos electrónicos, materias primas para la construcción, electrodomésticos y paneles solares. Esas fábricas satisfacen la demanda de los consumidores estadounidenses y mundiales de bienes asequibles, pero alimentaban un enorme déficit comercial. China también ha fortalecido sus cadenas de suministro de tierras raras y otros minerales críticos, ha mejorado su tecnología de fabricación con IA y robots humanoides, y ha incrementado sus capacidades tecnológicas avanzadas, incluyendo semiconductores. Muchos productos procedentes de China no pueden ser reemplazados rápidamente, lo que elevará los precios en EE.UU., posiblemente durante años, antes de que se instalen nuevas fábricas. Esto podría suponer un aumento de impuestos para los estadounidenses de aproximadamente $860 mil millones antes de las sustituciones (JP Morgan).
La clave de la derrota por lo menos temporal de Trump reside en que el resto del mundo no está en guerra tarifaria entre sí, solo con EE.UU. Europa no ha impuesto gravámenes a Asia ni viceversa. En Europa, Brasil, Turquía y similares, Samsung repentinamente hubiese mucho más atractivo que un iPhone, los autos chinos o los eléctricos europeos serían aún más baratos que un Tesla. Nada lo ilustra mejor que esta empresa de Musk. Las tarifas de Trump la convertían en el rey de la industria que fabrica a sus autos en EE.UU., a diferencia de sus competidores. Pero las represalias que surgieron iniciaron a escribir el epitafio de la firma. Las ventas en la EE.UU. representan un 35% del total de los Tesla, pero la mayor parte del otro 65% se realiza en China y Europa (32 y 25 por ciento respectivamente).
Actualmente, Estados Unidos necesita las exportaciones chinas más de lo que China necesita el mercado estadounidense. China tiene grandes ahorros y podría adaptarse fácilmente a esta guerra comercial, desviando muchos de sus productos al consumo interno (WSJ). Dado que la economía estadounidense depende completamente de las fuentes chinas para bienes vitales (existencias farmacéuticas, chips electrónicos baratos, minerales críticos), fue sumamente imprudente no asegurar proveedores alternativos o una producción nacional adecuada antes de interrumpir el comercio. Al hacerlo a la inversa, la administración está provocando precisamente el tipo de daño que dice querer prevenir. La “des americanización” podría avanzar global y gradualmente. En lo inmediato todos pierden, desde luego. Después de todo, EE.UU. es el principal mercado para muchos productos del orbe. Es el principal, pero representa menos de 30% del mundo. China, Japón, Europa o Corea intentarán colocar sus mercancías en otros lados, algo que EE.UU. no podrá hacer por su guerra “universal”. Más aún, en algunos casos, esos países intentarán ganar mercado a costa de los productos de EE.UU. que se habrán encarecido.
La lógica llevaría a pensar que el escenario más probable consiste en hacer las paces con Europa y el llamado mundo “Occidental” en el que se incluye usualmente a Japón, a Australia y quizá a Corea del Sur y mantener el pulso con China y el sudeste asiático. Trump necesita proteger su imagen de “buleador” exitoso y mostrar evidencias de que sus aranceles han producido algún efecto positivo. No va a ser fácil. Lo más probable es que se llegue a componendas con proteccionismos a medias, por productos y por regiones. Países y empresas acudirán a Washington para cerrar acuerdos y obtener exenciones, exenciones y condiciones especiales. Cuánto, cómo y quiénes, no se sabe. “Esto sienta las bases para la corrupción” (Washington Post). Añade, “estas negociaciones arancelarias inevitablemente resultarán en una cascada de corrupción. La economía estadounidense se está transformando de ser el principal mercado libre del mundo al principal ejemplo de capitalismo clientelista”.
Esa era la intención de la administración del Presidente Obama: un bloque de libre comercio, el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), lo suficientemente grande como para obligar a China a cambiar sus prácticas comerciales como precio de admisión. Este acuerdo comercial Trump descartó el primer día de su primer mandato con una resolución ejecutiva. Ahora, el secretario del Tesoro de EE.UU., ha afirmado de llegar a un acuerdo comercial con los aliados y acercarse a China “como grupo”. Pero ahora que ha intimidado a sus aliados y ha incumplido sus acuerdos anteriores, EE.UU. descubrirá que están menos dispuestos a cooperar. Sin embargo, si sus socios comerciales sospechan que EE.UU. comprometido con el proteccionismo, ¿por qué ofrecerían concesiones?
De EE.UU. con amor: el fabuloso regalo al líder chino
Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, habló con el primer ministro chino, Li Qiang, poco después de la imposición de los aranceles de Trump, y se ha programado una cumbre entre la UE y China para julio. Mientras tanto, la UE y China acordaron la semana pasada reanudar las conversaciones para resolver una disputa sobre las importaciones chinas de vehículos eléctricos, a las que el bloque impuso aranceles hace unos meses.
El primer ministro canadiense, Mark Carney, resumió el estado de ánimo global: “Nuestra antigua relación de integración cada vez más profunda con EE.UU. ha terminado”. Al señalar el fin de un período de 80 años de liderazgo económico estadounidense, el Sr. Carney añadió: “Si bien esto es una tragedia, también es la nueva realidad”. Incluso si se desmantelaran todos los aranceles, el recuerdo del Día de la Liberación perdurará en la mente de cualquier empresa que construya una cadena de suministro.
Sigue siendo difícil que EE.UU. evite la recesión. Las repercusiones en las cadenas de suministro derivadas de una interrupción repentina de las importaciones chinas, el golpe a la confianza y el caos político persistente en EE.UU. son realidades.
