By Hernán Terrazas E., Brujula Digital:
As the saying goes, “these guys never learn,” and the worst part is that, with their outsized ambitions and egos, they played with the expectations of a citizenry that, once again and reluctantly, tried to give them a chance despite so many past instances where things didn’t work out. They failed again—and this time, it really is the last.
Trying to pin the blame on one or more individuals at this point seems like a pointless exercise. Perhaps, it must be said, the greatest responsibility lies with Jorge “Tuto” Quiroga, who refused to accept the verdict of the polls on the grounds that it was no longer legally permissible to conduct them.
Just days earlier, a couple of studies showed that the Libre candidate wasn’t likely to win within the bloc, but it wasn’t definitive enough to justify such a political tantrum. A mere 1%—within the margin of error, as they say. Anything could have happened, even a victory for Quiroga. But no—they had to blow up the unity and drive things to an irreversible split.
There is no unity anymore. At least not the kind envisioned with cautious hope at the beginning, when the leaders who claimed to be the “true” opposition told the country that this time it was serious, that they had reached an agreement for one of them—chosen through primaries or polling—to be the candidate while the others would rally around that person to defeat the common enemy.
Many people didn’t have a good feeling about the formation of that bloc. From the start, it was said that too much ego was at play, that it was unlikely either of the top contenders—Doria Medina or Quiroga—would accept the other as the winner.
In fact, in their public statements, neither of them even considered the possibility of coming in second—let alone, of course, being the other’s running mate. They were only interested in the presidency. United, yes—but only up to a point. The idea of one becoming the other’s vice president was unthinkable.
And the path was full of those usual obstacles of Bolivian politics: distrust, scheming, backhanded maneuvers, half-hearted commitments, attacks both open and covert, insinuations—in short, the same old story—played out on a stage where a segment, perhaps the majority, of society had placed its hopes for change.
And what everyone feared happened. The construction of unity took months; the breakup took just a few days, sealed definitively by Carlos Mesa, who abandoned ship in the middle of the storm—as if that move could somehow save him from a shared wreck.
There isn’t much more to say or to hear. The coming hours and days will surely be filled with statements and justifications, with belated apologies for having let down a country and jeopardized its future. Strengthen democracy? Save the economy? Fight corruption? If they couldn’t even manage to endure unity, how can they possibly do anything on their own?
Nothing will be believable, because there’s no plausible explanation for such an outcome, because no one’s going to buy the story that there’s still a remote chance to get things back on track, because people are understandably furious and will have to think long and hard about whether there’s anyone left they can trust to restore the hope that a few have stolen.
What remains, perhaps—as has already been said—is to once again take a chance on renewal, on breaking away from polarization, leaving behind radicalism, the bargain-bin Mileis, and the so-called reformers of “continuity,” to try to help the country quickly find its path. Now, everything is in the hands of the people.
Hernán Terrazas is a journalist.
Por Hernán Terrazas E., Brújula Digital:
Como se dice coloquialmente, “estos tipos no aprenden” y lo malo es que, con sus ambiciones y egos desproporcionados, jugaron con las expectativas de una ciudadanía que, una vez más y a regañadientes, les quiso dar una oportunidad a pesar de tantas demostraciones pasadas en que las cosas no funcionaron. Fallaron otra vez y esta vez sí es la última.
Buscar uno o más culpables a estas alturas, parece un ejercicio estéril. Tal vez, hay que decirlo, el mayor responsable fue Jorge Tuto Quiroga, que se resistió a aceptar el veredicto de las encuestas con el pretexto de que ya no era el tiempo legal para hacerlas.
Pocos días antes de esto, un par de estudios mostraban que el candidato de Libre no tenía las de ganar en el bloque, pero tampoco se trataba de algo definitivo como para armar semejante “berrinche” político. Apenas un 1%, el margen de error se dice en estos casos. Todo podía suceder, incluso que Quiroga resulte ganador, pero no, había que dinamitar la unidad y llevar las cosas hasta la ruptura definitiva.
Ya no hay unidad. Al menos no como se la concibió con cautelosa esperanza al principio, cuando los líderes que aseguraban ser la oposición “verdadera”, le dijeron al país que esta vez sí era en serio, que habían llegado a un acuerdo para que uno de ellos, por primarias o encuestas, fuera el elegido y los otros cerraran filas en torno suyo para derrotar al enemigo común.
A muchos no les dio tan buena espina la formación de ese bloque. Se dijo, desde el principio, que había mucho juego de egos de por medio, que difícilmente uno de los que aparecían con mayores posibilidades, Doria Medina o Quiroga, iba a aceptar que el otro fuera el ganador.
Es más, en las intervenciones públicas, ambos, no consideraban siquiera la posibilidad de quedar segundos y mucho menos, claro, de formar parte de un binomio. Eran solo presidenciables. Unidos sí, pero hasta por ahí. Impensable ser vicepresidentes el uno del otro.
Y el camino estuvo plagado de esas piedras de la política nacional: la desconfianza, la maniobra, la chicana, el sí, pero no, los ataques por encima y por debajo de la mesa, las insinuaciónes, en fin, lo de siempre, sobre un escenario en el que se concentraron las expectativas de una parte, acaso la mayoría, de una sociedad, dispuesta a cerrar filas por el cambio.
Y sucedió lo que se temía. La construcción de la unidad demoró meses, la ruptura llegó en unos cuantos días, con la bendición definitiva, la de Carlos Mesa, quien abandonó el barco en plena zozobra, como si con esa actitud quedara a salvo de un naufragio compartido.
Ya no hay mucho más que decir, ni escuchar. Seguramente las próximas horas y días estarán plagados de mensajes y justificaciones, de disculpas tardías por haber defraudado a un país y comprometido su futuro. ¿Fortalecer la democracia? ¿Salvar la economía? ¿Luchar contra la corrupción? Si ni siquiera pudieron “soportar” la unidad, ¿serán capaces individualmente de hacer algo?
Nada será creíble, porque no hay explicación posible para semejante desenlace, porque nadie se va a tragar el cuento de que todavía hay una remota posibilidad de reconducir todo, porque la gente está comprensiblemente “emputada” y deberá pensar muy bien si hay alguien en quien confiar para recuperar la esperanza que se robaron unos cuantos.
Lo que queda, tal vez, como ya se dicho, es jugarse nuevamente por la renovación, por romper con las polarizaciones, dejar atrás los radicalismos, a los Milei de pacotilla, lo mismo que a los renovadores de la “continuidad”, para intentar que el país encuentre rápidamente un rumbo. Ahora todo queda en manos de la gente.
Hernán Terrazas es periodista.
Bolivian Thoughts | Pensamientos Bolivianos (Bilingual/Bilingüe) 