Ronald MacLean-Abaroa, El Deber:
Since childhood, we learn that our destiny depends on an extraordinary, superhuman figure who will come into the world to save us, but will do so according to our obedience to their will.
From Christianity to other religions, we venerate the ideas of submission, obedience, and dependency. This is the conservative or traditional thinking that has been adopted by politics.
Thus, in our politics, Bolivians cannot expect the arrival of a “Messiah,” who will not come, who does not exist, because if they did exist and arrived, we would confirm that we continue to be a society that, while not primitive, is backward, tribal, poorly governed by ignorant and violent beings. A society that revolves around tribes or “social movements” colluding to pursue their group interests to the detriment of the interests of the entire citizenry, disguised as democracy. Of a despotic leadership disguised as democracy.
That is what we currently have.
Messianic leadership, sooner or later, is authoritarian, vertical, jealous, distrustful, hedonistic, and arrogant. Just observe them in action. They demand a cult of personality and unquestioning obedience. They abhor criticism, discussion, and dissent, even if these are democratic and institutional. They impose their will by force instead of using persuasion. I have seen them up close and over time, I not only fear them, but I also abhor them. They are an offense to reason, decency, and the respect we all deserve as citizens by virtue of our human condition.
Conversely, democratic leadership is qualitatively different. It appears when circumstances require it. It is not exclusive nor permanent. It can lead from the front, but it can also lead from behind; it delegates its leadership to other actors temporarily to achieve a specific objective. It distributes tasks and responsibilities among suitable people, is strategic in its decisions, and self-assured. In football terms, it would be the “midfielder” of the team, or the “number 10”, who orchestrates, enables, and if necessary, executes the most difficult task personally.
The democratic leader values institutions, transforms them for their development, modernizes them, and takes care of them. While the other, the messianic or authoritarian one, destroys them because they hinder, oversee, impose limits, rules, and behaviors of tolerance and respect for the adversary, whom they disqualify, degrade, and try to subjugate. Eventually, this becomes toxic leadership for its own cause and its people and increasingly marches alone, destroying everything in its path.
Early in my political career, I witnessed institutionalist and/or democratic leaders. Leaders who tried to institutionalize politics and therefore democracy. And those who, having received a democratic institutional inheritance, lost it and completely destroyed it.
You, the readers, can put the names, but some examples of messianic leaders are obviously Donald Trump, the Israeli Benjamin Netanyahu, the Salvadoran Nayib Bukele, the Argentine Javier Milei, of whom we still do not know if as president-elect he will favor liberal institutionalism or not, and, of course, the puppet dictators of 21st-century socialism.
There may even be unknown institutional or democratic leaders who exercised their leadership behind visible figures or leaders. The best example I knew was engineer Roberto Capriles Gutiérrez, a solid professional trained in ENDE, the best-organized electricity company in Bolivia in the 1970s. Intelligent, astute, with a fine and cordial manner, he was an intellectual force in the shadows, before and during the transition years to democracy. Cordially referred to by his government and cabinet colleagues as “Brindisi,” in reference to a famous midfielder in Argentine football, Roberto introduced calmness and rationality to government public policy discussions. Respected and admired, he was a very constructive influence in Hugo Banzer’s government, as had previously been General Juan Lechín Suárez. Institutional leaders in the shadows.
The democratic leadership needed in Bolivia today is more about principles, character, knowledge, and experience than ethnic, gender, geographical, generational, style, or stridency. It must also have the ability to attract the best men and women to build teams and networks of excellence, capacity, and honesty.
Our deep political crisis requires it.
Desde la infancia aprendemos que nuestro destino depende de una figura extraordinaria, sobrehumana, que vendrá al mundo para salvarnos, pero que lo hará según nuestra obediencia a su voluntad.
Desde el cristianismo pasando por otras religiones veneramos las ideas de sumisión, obediencia y dependencia. Ese es el pensamiento conservador o tradicional que ha sido adoptado por la política.
Así, en nuestra política, los bolivianos no podemos esperar la llegada de un “Mesías”, que no va a llegar, que no existe, porque si existiera y llegara confirmaríamos que seguimos siendo una sociedad si bien no primitiva, sí atrasada, tribal, mal gobernada por seres ignorantes y violentos. Una sociedad que se encuentra alrededor de tribus o “movimientos sociales” coludidos para buscar sus intereses de grupo en detrimento de los intereses de toda la ciudadanía disfrazada de democracia. De una dirigencia déspota disfrazada de democracia.
Ello es lo que actualmente tenemos.
El liderazgo mesiánico, tarde o temprano, es autoritario, vertical, celoso, desconfiado, hedonista y arrogante. Basta observarlo en escena. Exige un culto a su personalidad y obediencia sin discusión. Aborrece la crítica, la discusión y el disenso, aunque éstos sean democráticos e institucionales. Imponen su voluntad por la fuerza en vez de usar la persuasión. Los he visto de cerca y con el tiempo no solo les temo, sino los aborrezco. Son una ofensa a la razón, a la decencia, al respeto que nos merecemos todos los ciudadanos por nuestra condición humana.
Contrariamente, el liderazgo democrático es distinto cualitativamente. Aparece cuando las circunstancias lo requieren. No es excluyente ni es permanente. Puede liderar desde la vanguardia, pero también lo puede hacer desde la retaguardia; cede su liderazgo a otros actores circunstancialmente para cumplir un objetivo específico. Distribuye las tareas y responsabilidades entre gente idónea, es estratégico en sus decisiones y seguro de sí. En términos futbolísticos, sería el “volante” del equipo, o el número “10”, que arma, habilita y si es necesario ejecuta en persona la tarea más difícil.
El líder democrático valora las instituciones, las transforma para su desarrollo, las moderniza y las cuida. Mientras que el otro, el mesiánico o autoritario, las destruye porque le obstaculizan, le fiscalizan, le imponen límites, reglas y conductas de tolerancia y respeto al adversario, a quien descalifica, degrada y trata de someter. Eventualmente, este se torna en líder toxico para su misma causa y su gente y marcha cada vez más solo destruyendo lo que tiene a su paso.
Temprano en mi carrera política fui testigo de líderes institucionalistas y/o democráticos. De líderes que trataron de institucionalizar la política y por ende la democracia. Y aquellos que habiendo recibido una herencia institucional democrática la perdieron y la destruyeron por completo.
Los nombres los pueden poner ustedes, los lectores, pero algunos ejemplos de líderes mesiánicos son obviamente Donald Trump, el israelí Benjamín Netanyahu, el salvadoreño Nayib Bukele, el argentino Javier Milei, de quien aún no sabemos si como presidente electo favorecerá una institucionalidad liberal o no y, desde luego, los dictadorzuelos marionetas del Socialismo del Siglo XXI.
Incluso pueden darse líderes institucionales o democráticos no conocidos, pero que ejercieron su liderazgo detrás de figuras o líderes visibles. El mejor ejemplo que yo conocí fue el ingeniero Roberto Capriles Gutiérrez, un sólido profesional formado en ENDE, la empresa de electricidad mejor organizada en Bolivia de los años 70. Inteligente, sagaz, de trato fino y cordial, él fue una fuerza intelectual en la sombra, antes y durante los años de transición a la democracia. Referido cordialmente por sus colegas de gobierno y gabinete como “Brindisi”, en alusión a un famoso mediocampista del fútbol argentino, Roberto introducía calma y racionalidad a las discusiones de políticas públicas de gobierno. Respetado y admirado, él fue una influencia muy constructiva en el gobierno de Hugo Banzer, como lo había sido anteriormente el general Juan Lechín Suárez. Líderes institucionales en la sombra.
El liderazgo democrático que hoy se necesita en Bolivia es más de principios, carácter, conocimiento y experiencia que de envoltura étnica, de género, geográfica, generacional, estilo o estridencia. Y que tenga además la capacidad de atraer a los mejores hombres y mujeres para construir equipos y redes de excelencia, capacidad y honestidad.
Nuestra crisis política profunda así lo requiere.

